La Tatuana (Leyenda de Guatemala) parte 2

La fama de adivinadora  y preparadora de pociones para enamorados se esparcio por todos los lugares.  Los conjuros, hechizos y enfrascamientos eran realmente eficaces y, pronto, su casa era la mas concurrida.  Nadie supo la razon, pero comenzaron a llamarla;  Manuelita «La Tatuana».

Por aquella epoca existia una tienda muy bien surtida entre las calles de Las Beatas y de Mercaderes, que se llamaba El Divino Rostro.  Aqui habia desde clavos hasta cirios para el  Jueves  Santo, Ademas, doña Concepcion Tanchez tenia un merecido renombre por las bolitas de miel y las raquetas de guayaba que vendia.

Una tarde de diciembre, como cada cuando, llego Manuelita para comprar las provisiones para sus «trabajitos».  Al ver que doña chon estaba barriendo con desgano, se acerco a ella y le dijo: «Yo se, ‘nia Chon’ que usted tiene un problema que la atormenta.  Como ha sido tan buena conmigo quiero ayudarla.  A ver, digame, ¿que le pasa?»

Doña Chon rompio en llanto.

«No se como podria ayudarme Manuelita, fijese que Jose Guadalupe, mi marido… tiene otra mujer.

Se va durante dias, parece embrujado, y cuando regresa, me trata mal, como que yo tuviera la culpa.  ¡Ya no se que hacer!».

Sacnado una tira de cuero, Manuelita le dijo. «No se preocupe, le tengo un secretito, tome este fuerte.  Golpe con el tres veces la almohada de su marido y pongalo debajo, despues queme ruda y albahaca en un brasero de Totonicapan.  Luego, rece un Avemaria en cada esquina del cuarto.  Tenga fe y ya vera.

Al dia siguiente, don Lupe regreso amoroso como antes.  Permanecia en la casa  y trabajaba muy contento en el almacen.  Los siguientes domingos invito a su esposa a pasear al Cerrito del Carmen y el matrimonio era como doña Chon siempre lo habia soñado.  Pero la felicidad duro poco, ya que una noche, antes de cerrar, llego Manuelita pidiendo el cuerito.

La tendera lloro y rogo, pero fue inutil ante la energica insitencia de la hechicera,, y tuvo que devolver.

Al alba del dia siguiente, don Lupe, con un tanate de ropa, se fugo por la puerta de la cocina para no volver nunca mas.

El saño que La Tatuana le habia hecho al alma de doña Chon era la comidilla en cada esquina.

Fue la tarde del sabado, que un capitan del Cuartel del Fijo paso a comerse un tamal y se entero por boca de ‘nia Chon’ de los acontecido.

Indignado, se encamino hacia el Palacio de Gobierno.   El frio de fin de año se sentia hasta los huesos, cando ya entrada la noche, lo recibio el Presidente del Estado.  No era la primera queja que recibia, y montando en colera ordeno.

Sin mayores procedimientos legales fue apresada y condenada a morir en una hoguera en la Plaza Mayor; sin embargo, por ser Nochebuena, decidieron dejar la ejecucion hasta el Dia de los  Santos Reyes.

Manuelita no daba señales de turbacion; escuchaba la musica de tortugas y chinchines que venia de la calle y, cerrando los ojos, podia sentir el olor de la  polvora de los cohetillos y de las hojas de pacaya que adornaban El Portal.

Ante el llamdo de la hermosa mujer, el carcelero se acerco a la celda.

«Solo quiero pedirle una gracia -dijo ella-, le imploro que me  consiga un pedacito de carbon».

Era algo inusual, pero ante la insistencia, no pudo negarse a la solicitud de esos labios carnosos y la suave mirada debajo de las grandes pestañas.

Manuelita guardo el carbon hasta que estuvo a solas.   Entonces lo saco y con seguridad comenzo a dibujar en la pared un barquito.

Al terminar de dibujar, extendio los brazos y en murmullos pronuncio un antiguo conjuro.  La Tatuana se subio en el barquito y salio navegando por la ventana de la carcel; dicen que se alejo viajando por los hilos de plata de la luna llena…

Algunas noches, los viejos de la Parroquia cuentan que en las bartolinas del Palacio de Gobierno, se podia ver claramente en la pared la silueta que dejo el barquito por donde se escapo  La Tatuana; esto lo vieron con sus propios ojos hasta que el terremoto de 1917 derribo el edificio.   Desde entonces, La Tatuana se quedo enfrascada en las historias que corren de boca en boca, por las calles de los viejos barrios de la Ciudad.

Por Celso Lara Figueroa.

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