Cuento clásico: Los zapatos rojos -1
Hace mucho, mucho tiempo, en una época distante, vivía una encantadora joven llamada Karen que era muy pobre. Su mayor deseo era poseer unas zapatillas de baile de color rojo, ya que la danza ocupaba un lugar muy especial en su corazón. Karen soñaba con ser aclamada como una estrella de ballet, recibiendo elogios y admiración por parte de todos, pero para eso necesitaba unas zapatillas que, por su pobreza, no se podía permitir.
Tras la muerte de su madre, Karen fue acogida por una generosa anciana que la cuidó como a una hija, así que su situación mejoró un poco. Cuando llegó el momento de su presentación en sociedad, la benefactora le proporcionó dinero y le indicó que comprara calzado adecuado para la ocasión.
Sin embargo, Karen, desobedeciendo y aprovechando la limitada visión de la anciana, encargó unas zapatillas rojas de baile a la zapatera. En la celebración, todos notaron los llamativos zapatos rojos de Karen, e incluso alguien señaló que no era apropiado para una joven usar ese color tan llamativo. Entonces la anciana, enfadada por la desobediencia de Karen al no comprar unos zapatos adecuados para la ocasión, decidió reprenderla por su vanidad, advirtiéndole que esas cualidades no le serían de ayuda en la vida.
Poco tiempo después la anciana murió, y se organizó un funeral al que acudió gente de todas partes. Mientras se vestía para el evento, Karen, seducida por el brillo de las zapatillas rojas, se las calzó a pesar de su anterior experiencia. Tras esto, y antes de entrar en la iglesia, Karen se detuvo frente a un limpiabotas para quitar el polvo a sus preciosos zapatos de baile.
Entonces, al salir de la iglesia, las zapatillas cobraron vida propia, moviéndose de un lado a otro y obligando a Karen a bailar sin descanso. Después de varias horas, y a pesar de sus lágrimas y del fuerte cansancio, la joven no podía detenerse. Una vez Karen había escuchado que en un pueblo cercano vivía un famoso verdugo, a quien no le temblaba el pulso a la hora de empuñar el hacha, y pensó que sería buena idea visitarle.
Al llegar, Karen preguntó dónde quedaba la casa del verdugo y, sin perder tiempo, hasta allí se dirigió, gritándole desde fuera:
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