Cuento clásico: Los zapatos rojos -2

—¡Verdugo de hacha certera! ¡He venido a requerir tus servicios, pero no puedo entrar en tu morada porque mis pies no se pueden detener!

—¿Quién requiere mis servicios? ¿Es el alguacil que ha enjuiciado a un ladrón? Ah, no lo creo, la voz que escucho parece ser de una mujer.

Y Karen comenzó a desesperarse:

—¡No soy un alguacil, pero necesito tus servicios igual, pues necesito ayuda urgente!

—¡Ah! Parece ser que no me conoces bien, niña. ¡Mi hacha es demasiado certera y si te atrapa tu cabeza terminará sobre un plato!

Karen sintió un poco de miedo ante la amenaza del verdugo, y tragando saliva dijo:

—Por mi vanidad he sido castigada. Por pensar solo en mí misma cuando los demás me necesitaban, mis pies no dejan ahora de bailar. Por eso le pido, señor verdugo, que me corte estos zapatos, para así dejar de sufrir y volver a la normalidad. Pero no me corte la cabeza, se lo ruego, así podré arrepentirme siempre de mis acciones, pues por culpa de mi vanidad tendré para toda la vida el recordatorio de mi mal proceder.

Karen no recibió respuesta del verdugo y, pensando que había ignorado su súplica, se echó a llorar. No obstante, la pesada puerta de la casa del verdugo se abrió, y de ella emergió el limpiabotas, que había lanzado un encantamiento sobre sus zapatillas rojas para que la joven se diese cuenta de que estaba siendo injusta y cruel con quien solo la había ayudado.
—¡Qué zapatos más monos! Me resultan conocidos… ¡Seguro que son muy cómodos para bailar! —Dijo el limpiabotas guiñando un ojo a la joven.

Y acercándose un poco más el hombre tocó los zapatos, momento en el que sus dedos llenos de magia operaron el milagro: ¡Karen al fin pudo dejar de bailar y quitarse los zapatos rojos que tanto daño le habían hecho!

—Así ya no tendrás que cortarte los pies, ¿no te parece?

Y la chica asintió agradeciendo que el suplicio terminara. Sin duda, Karen había aprendido la lección y había comprendido que, dejándose llevar por su egoísmo solo había conseguido sufrir y hacer daño a otros, y para que nadie más volviera a sufrir por aquellos hermosos zapatos, los puso en una caja de cristal y los escondió para siempre donde jamás nadie pudiera encontrarlos,

/por Bosques de Fantasias.

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