Cuento de La Cenicienta – Parte 2
La pobre Cenicienta subió al cuartucho donde dormía y lloró amargamente
De repente, la estancia se iluminó. A través de las lágrimas vio a una mujer de mediana edad y cara de bonachona que empezó a hablarle con voz aterciopelada.
– Querida… ¿Por qué lloras? Tú no mereces estar triste.
– ¡Soy muy desgraciada! Mi madrastra no me ha permitido ir al baile de palacio. No sé por qué se portan tan mal conmigo. Pero… ¿Quién eres?
– Soy tu hada madrina y vengo a ayudarte, mi niña. Si hay alguien que tiene que asistir a ese baile, eres tú. Ahora, confía en mí. Acompáñame al jardín.
Salieron de la casa y el hada madrina cogió una calabaza que había tirada sobre la hierba. La tocó con su varita y por arte de magia se transformó en una lujosa carroza de ruedas doradas, tirada por dos esbeltos caballos blancos. Después, rozó con la varita a un ratón que correteaba entre sus pies y lo convirtió en un flaco y servicial cochero.
– ¿Qué te parece, Cenicienta?… ¡Ya tienes quien te lleve al baile!
– ¡Oh, qué maravilla, madrina! – exclamó la joven-. Pero con estos harapos no puedo presentarme en un lugar tan elegante.
Cenicienta estaba a punto de llorar otra vez viendo lo rotas que estaban sus zapatillas y los trapos que tenía por vestido.
– ¡Uy, no te preocupes, cariño! Lo tengo todo previsto.
Con otro toque mágico transformó su desastrosa ropa en un precioso vestido de gala. Sus desgastadas zapatillas se convirtieron en unos delicados y hermosos zapatitos de cristal. Su melena quedó recogida en un lindo moño adornado con una diadema de brillantes que dejaba al descubierto su largo cuello ¡Estaba radiante! Cenicienta se quedó maravillada y empezó a dar vueltas de felicidad.
¡Oh, qué preciosidad de vestido! ¡Y el collar, los zapatos y los pendientes…! ¡Dime que esto no es un sueño!
– Claro que no, mi niña. Hoy será tu gran noche. Ve al baile y disfruta mucho, pero recuerda que tienes que regresar antes de que las campanadas del reloj den las doce, porque a esa hora se romperá el hechizo y todo volverá a ser como antes. ¡Ahora date prisa que se hace tarde!
– ¡Gracias, muchas gracias, hada madrina! ¡Gracias!
Cenicienta prometió estar de vuelta antes de medianoche y partió hacia palacio. Cuando entró en el salón donde estaban los invitados, todos se apartaron para dejarla pasar, pues nunca habían visto a una dama tan bella y refinada. El príncipe acudió a besarle la mano y se quedó prendado inmediatamente. Desde ese momento, no tuvo ojos para ninguna otra mujer.