El acertijo del pescador, el lobo, la cabra y las lechugas

Érase una vez un anciano pescador que vivía con su esposa en una choza rodeada por un gran río. El anciano y su esposa no tenían lujos ni privilegios, pero eran felices. Cada domingo, el anciano comerciaba sus pescados en el mercado de la ciudad vecina y de esta manera ganaba su humilde sustento.

Un domingo de lluvia torrencial, el anciano pescador trepó su pequeño y destartalado bote y cruzó el río hasta el mercado vecino. Él llegó a su destino temprano en la mañana y antes del atardecer, logró negociar sus pescados por una cabra y una canasta de lechugas. Sin embargo, cuando se disponía a regresar a su hogar con la cabra y las lechugas, escuchó un aullido extraordinario. Preso de la curiosidad, caminó unos cuantos pasos hasta que el sonido se hizo más fuerte y se detuvo en un puesto donde encontró un lobo.

— Debo comprar este animal —pensó—, él protegerá a mi esposa cuando no me encuentre cerca.

Sin preguntas ni reparos, el anciano, compró el lobo y emprendió su camino hacia el río donde se encontraba su bote. Al llegar a la orilla se percató de que el río había crecido mucho más de lo que había esperado y que no había manera en que su bote pudiera soportar el peso de todos. Para colmo de males, también notó cómo el lobo miraba a la cabra, y cómo la cabra miraba la canasta de lechugas.

—Solo puedo cruzar con uno o mi bote se hundirá. —se dijo—. Ha sido un día muy largo; tanto el lobo como la cabra tienen hambre. Si dejo al lobo con la cabra, se comerá a la cabra; si la cabra se queda sola con la canasta de lechugas, se comerá las lechugas.

Mientras las horas pasaban y el sol se ocultaba, el anciano pescador resolvió su dilema:

Primero cruzó el otro lado del río con la cabra, luego cruzó el río con el lobo, pero trajo de vuelta a la cabra. Entonces, cruzó la canasta de lechugas y dejó la cabra. Finalmente, regresó a buscar la cabra. ¡Todo llegó intacto!

P/paola Ramann

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