La Reina de las Nieves -3

—Querida señora, le ruego disculpe la molestia —dijo Gerda—, el río me ha traído hasta acá porque usted sabe dónde se encuentra mi amigo.

— Yo no tengo la respuesta que buscas — dijo la anciana, levantándose de su mecedora—. Ven conmigo al jardín, mis rosas no solo son hermosas, sino que cada una de ellas puede contarte una historia. Pregúntales a ellas sobre tu amigo.

Entonces, Gerda le preguntó a cada una de las rosas sobre Kai y todas le contaron su historia, pero ninguna de ellas mencionó al niño. Desconsolada, se despidió de las rosas y de la anciana. Pero cuando estaba a punto de marcharse, una de ellas le dijo:

—No pierdas la esperanza, nosotras las rosas conocemos las historias de la tierra, pues en ella habitamos. Te aconsejo que le preguntes a las palomas, ellas vuelan hasta los lugares más remotos y desolados. Tal vez tengan noticias de tu amigo.

Gerda continúo su camino hasta encontrar una familia de palomas que reposaban plácidamente en las frondosas ramas de un árbol.

—Palomitas —dijo Gerda con una enorme alegría—, las rosas del jardín de verano eterno me dijeron que ustedes saben dónde se encuentra mi amigo Kai.

—¡Sí, sí, lo sabemos! —gorjearon las palomas—. Hemos visto al pobre niño en Laponia, él vive en el palacio de la Reina de las nieves. Sigue nuestro vuelo desde la tierra y llegarás al palacio, pero debes saber que en ese lugar todo es frío y está lleno de vacío. Ahí no existe el amor ni la alegría.

Durante muchas horas, Gerda siguió el vuelo de las palomas. Un enorme palacio de paredes de nieve y ventanas de hielo apareció en su camino. Frente a él, Gerda vio a un niño jugar con pedazos de hielo como si fueran rompecabezas. Para el niño, aquellas figuras eran perfectas e importantes; los fragmentos de cristal malvado que tenía en su ojo y en su corazón lo hacían pensar de esta manera. Ese niño de corazón frío era Kai, ¡por fin lo había encontrado!

—Querido Kai, he viajado hasta el fin del mundo para encontrarte y lo volvería a hacer de nuevo porque tú eres parte de mis recuerdos más hermosos —dijo Gerda con emoción.

Gerda corrió hacia su amigo, se le arrojó al cuello y lo abrazó fuertemente, pero Kai la había olvidado. Gerda no pudo contener las lágrimas, una de ellas cayó sobre el pecho de Kai derritiendo el hielo de su corazón. En ese momento, Kai también lloró y con sus lágrimas salió el cristal malvado: ¡Kai volvió a ser el mismo!

—¡Gerda, mi querida amiga! ¡Qué alegría tan grande volver a verte! ¿Dónde has estado? ¿Dónde he estado yo?

Muy felices, regresaron a sus casas, nada había cambiado a excepción de un detalle: se habían convertido en personas mayores.

En las jardineras de las ventanas todavía había vegetales y rosas, Gerda y Kai se sentaron en sus dos sillas. Seguían siendo niños en su corazón.

Paola Artmann

Deja tu Comentario

comentarios