Brodek, el dragón del día y la noche – parte 2

Brodek había ido a pensar al bosque, pero la noche fue perdiendo fuerza para dar paso a las primeras luces del alba. Era ese uno de los momentos favoritos del dragón, y disfrutó de los tonos rosados del cielo, del suave calor del primer rayo de sol en la cara, de los brillos de cristal y fuego en las aguas y de la alegría que despertaban en el bosque los primeros cantos de los pajarillos…

Y antes de que las lágrimas inundaran sus ojos, antes incluso de saber cuál era el color definitivo de sus alas, Brodek voló hasta la laguna, se sumergió cuanto pudo en ella para calmar su sed de paz, y voló hacia el cielo, tan alto como pudo, como tratando de escapar de la injusta tierra y de su cruel destino. Y cuando estuvo tan lejos que el frío le impedía mover las alas, abrió la boca para soltar su gran llamarada, como queriendo gastarla completamente, o no haberla tenido nunca.

Pero en lugar de fuego, de su boca surgió una finísima capa de escarcha que cubrió los campos, como si su deseo de paz y el agua de la laguna hubieran obrado un milagro.

Y sólo entonces descubrió que no sería un dragón de la noche, ni un dragón de la luz, pues una de sus alas pertenecía a la luna, y la otra la sol.

Y cada cierto tiempo, Brodek vuelve a decorar los campos con su mágico aliento escarchado, como queriendo recordar al mundo que no es necesario elegir entre el día y la noche cuando no se sabe odiar.

P/Pedro, Pablo Sacristán.

Deja tu Comentario

comentarios