Cuento: El Gato con Botas -parte 3
Érase una vez un molinero que tenía tres hijos, a los que quería por igual. Sin embargo, el molinero era muy pobre y por eso cuando murió tan solo tenía para darles en herencia a sus hijos el molino, un burro y un gato, en apariencia bastante común.
La repartición de los bienes, según la voluntad del fallecido, sería atendiendo a la edad de sus muchachos. Así, el molino correspondió al primogénito, el burro al hijo del medio, y el gato al más pequeño.
Apenas estuvo hecha la repartición, este último pensó que había sido el más desgraciado. Sus hermanos podrían trabajar mancomunadamente y aprovechar sus fuerzas para acumular algo de riqueza, algo que el padre, aunque muy bueno, no había podido lograr por su tozudez y viejos hábitos. En cambio él, con un simple gato, nada podría hacer para ganarse la vida.
Al tanto de los pensamientos de su nuevo amo, el gato, para nada un felino doméstico común, lo sorprendió al hablar cual si fuera una persona y le dijo:
-No lamentes en vano, pues ciertamente de los tres eres el que ha salido mejor parado. Para demostrártelo y consolidar tu fortuna solo necesito que me consigas un par de botas y un saco.
Sorprendido, el muchacho le buscó al gato lo que este demandaba. Siempre había sabido que el gato era muy astuto por su comportamiento extraño en comparación con otros animales, pero nunca había imaginado que pudiese hablar, y mucho menos coordinar acciones para un plan como el que al parecer tenía ideado.
Así, el gato tomó sus botas y se las encasquetó y saco en ristre salió hacia el bosque.
Una vez llegó allí llenó el saco con hierba y trampas para animales y se tiró en el suelo, simulando estar muerto.
A los pocos minutos varios conejos se acercaron al saco y al intentar comer de la hierba que contenía, quedaron atrapados en las trampas.
Contento por el triunfo de su ardid, el gato con botas recogió el saco con los conejos y fue al palacio real, donde pidió hablar con el rey para entregarle un presente de su amo.
Los guardias lo dejaron entrar y, ya frente al monarca, el gato exclamó:
-Su Majestad, permítame entregarle este obsequio resultante de su habilidad para cazar, de mi amo el Marqués de Carabás.
El rey nunca había oído hablar de tal noble, pero los conejos tenían tan buena carne, que enseguida pensó que se trataba de un muy buen cazador y gustoso aceptó el regalo.
-Gracias por este presente, gato –dijo el rey-. Asegúrate que tu amo reciba mi gratitud y dile que es bienvenido en nuestra corte.