Los deseos ridículos – 2

Elige lo que pueda hacerte dichoso y dejarte completamente satisfecho, y como tu felicidad de ti depende, reflexiona bien antes de formular tus deseos.

Hubiéramos podido tener oro, perlas, diamantes, trajes elegantes — añadió—, y eres tan necio que se te ha ocurrido desear semejante cosa.

—Silencio mujer; reconozco mi falta y procuraré enmendarla.

—Es necesario no tener inteligencia para hacer lo que has hecho —dijo la mujer sin medir sus palabras.

Tanta fue la insistencia de la mujer que el hombre perdió la calma. Como a pesar de sus súplicas ella no se callaba, exclamó furioso:

—¡Desdichada salchicha que te ha desatado la lengua; así te colgara de la nariz para que te callaras!

Dicho y hecho, la salchicha quedó colgada de la nariz de la esposa del leñador.

Cumplido el deseo, la mujer se quedó muda de asombro y el leñador con la boca abierta y rascándose el cogote. Ambos quedaron en silencio, hasta que la mujer murmuró:

—¿Qué haremos?

—Sólo falta formular el tercer deseo —respondió el leñador—. Puedo transformarme en rey, pero ¿qué reina vas a ser tú con tres palmos de nariz? Elige, mujer: o reina con esa nariz más larga que una semana sin pan o esposa de un leñador con una nariz como la que tenías.

Mucho discutieron antes de resolver, pero como su mirada no podía apartarse de la salchicha y a cada gesto se movía como rama a impulsos del huracán. Prefirió la mujer quedarse sin trono y tener la nariz de antes; y formulado el deseo por el leñador, su mujer volvió a quedar como estaba, lo que no fue obstáculo para que se llevase la mano a la cara para convencerse de que la salchicha había desaparecido.

El leñador no cambió de posición, no se convirtió en un gran potentado, no llenó de tesoros su bolsa y, sin embargo, se sintió muy dichoso empleando el último de los tres deseos en devolver a su esposa la nariz que antes tenía.

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