El leñador y sus tres hijos- 1
Cuento con moraleja:
Érase una vez, un leñador generoso y bueno, que tenía tres hijos varones. Todos los días del mundo los muchachos ayudaban a su padre con las labores de la granja: pastoreaban las ovejas, recogían el trigo listo y plantaban nuevas semillas. Eran en verdad, mozos muy obedientes y limpios, pero el anciano se lamentaba de su poca fortuna, y echaba a que su destino sería el de vivir eternamente pobre.
En las mañanas, mientras los muchachos reían y cantaban camino a la siembra, su padre los observaba sin embargo con mirada angustiosa, miraba sus ropas descosidas y el sudor corriendo por sus espaldas, y suspiraba el triste viejo por no poder liberar a sus hijos de aquella carga y brindarles todo cuanto quisieran.
Así continuó la vida de aquel pobre hombre hasta que un buen día, mientras observaba las estrellas, apareció de la nada y se posó en sus hombros un pequeño duendecillo. “Te daré la felicidad que tanto buscas, buen hombre. Desde ahora serás muy rico, vivirás a plenitud y nada más”.
Y así lo hizo la criatura mágica. Agitó su sombrero tres veces en el aire y apareció ante los ojos del leñador un cofre repleto de monedas de oro. “Soy rico, soy rico” exclamaba con risas el pobre anciano. “Ah, pero escucha atento mis palabras: dentro de un año, vendré a buscar exactamente la mitad de todo cuanto tengas. Y nada más” susurró el duendecillo en los oídos del anciano y se esfumó en el aire.
Cierto es, que el leñador hizo poco caso a las palabras del duendecillo, y a partir de ese momento, se dedicó a llenar de placer y alegría a sus hijos. ¡Todo cuanto desearan los muchachos les era concedido! Carruajes forrados de piedras preciosas, ropas hermosas de la más fina seda, banquetes llenos de manjares suculentos. Así vivieron por un tiempo, llenos de lujos y comodidades. Sin embargo, la vida para la familia del leñador era tan ostentosa, que pronto comenzó a escasear el dinero.
En pocos meses, habían gastado todas las monedas de oro. Sucedió entonces que los banquetes dejaron de ser tan enormes, los carruajes se vendieron para pagar las deudas, y los trajes de seda solo sirvieron para protegerse del crudo invierno. Con el paso del tiempo, la situación continuó empeorando, el padre lo había perdido todo, incluso la granja, y su única preocupación se convirtió en dar de comer a sus muchachos./Chiquipedia