¡Santa me ha robado!- Parte 2
Cuento.
Y pasó la noche repartiendo juguetes. Pero al día siguiente pasó lo mismo, y al otro lo mismo y así durante muchos días más. Marcianoto estaba extrañadísimo: ¿Cómo podía aquel viejo gordinflón robar tan rápido?
– Ya sé – pensó – debe tener cómplices en la ciudad que le ayudan. Iré allí disfrazado para descubrir qué pasa. Buscaré a quienes tengan peor cara; seguro que esos serán sus malvados compinches.
Pero en la ciudad todo el mundo estaba feliz. Y es que todas aquellas noches Marcianoto había estado haciendo de Santa Claus con su nave, repartiendo regalos. Y cada mañana los niños se despertaban con un nuevo juguete.
– ¿De verdad que nadie os roba los juguetes? – preguntó a varios niños.
– ¡Claro que no! Estos nos los trae Santa Claus.
– ¿Santa Claus? ¿Y es quién es?
– ¿Pero quién eres tú que no sabes quién es Santa Claus? ¿Un marciano? ja, ja, ja- le respondieron. Y entonces le explicaron que Santa Claus era un señor mayor con una gran barba blanca y un traje rojo, y que dejaba regalos a los niños la noche de navidad.
Marcianoto se moría de vergüenza. No solo había tomado a Santa Claus por un malvado delincuente, sino que encima ¡le había estado robando los juguetes! Volvió volando a la casa del anciano a disculparse, pero lo encontró muy enfermo. Santa Claus utilizaba su magia para volver a crear los juguetes, y al haberlo hecho tantos días seguidos se había quedado tan débil que ya no podía moverse.
¿Qué podría hacer? ¡Aquella misma noche era Navidad y Santa Claus no iba a repartir regalos! Marcianoto pensó rápido: hizo un vídeo de Santa Claus enfermo y usando la antena de su nave lo envió a todas las televisiones del mundo con un mensaje: había que devolver todos los regalos de aquellos días para que Santa Claus pudiera recuperar su magia y ponerse bueno.
Siempre pensamos que va a pasar algo que lo arregle todo. Y eso esperaba el pobre Marcianoto. Pero aquella vez nadie pudo arreglar nada: nadie se creyó el mensaje y Santa Claus no pudo entregar sus regalos.
Marcianoto pasó el día cuidando de Santa Claus. Anochecía cuando llamaron a la puerta. Era una niña que traía todos sus regalos.
– Me dan igual los regalos – dijo con una lagrimita-. Lo que quiero es que Santa Claus se ponga bueno.
-Yo también – dijo otro niño que venía a la cabeza de un grupo.
– Y yo… y yo…
Poco a poco fueron apareciendo niños y más niños, todos dispuestos a devolver hasta el último de sus regalos. La fila era interminable. Llegaban de todas partes y, según cruzaban la puerta, sus regalos desaparecían y Santa Claus se ponía un poco mejor. Cuando el último niño dejó sus juguetes, Santa Claus se pudo levantar y todos aplaudieron llenos de alegría. Parecía que nunca habían estado tan contentos.
Sin embargo, Marcianoto se sentía fatal.
– Lo siento muchísimo – dijo-. Al final por mi culpa todo el mundo se ha quedado sin regalos…
Se hizo un gran silencio y todos miraron al extraterrestre.
– ¡Qué va! -dijo finalmente una niña- Yo nunca había estado tan contenta en navidad. He podido curar a Santa Claus y ser yo la que le llevaba los regalos. Y ahora estoy segura de que es mucho mejor dar regalos que recibirlos.
Y entre risas y aplausos todos estuvieron de acuerdo en que esa lección era el mejor regalo que podían haber tenido ese año.