Las manchas del jaguar -2

– ¡Ay, ay, menudo porrazo me habéis dado con uno de esos malditos aguacates!

Se palpó y notó que la zona se estaba inflamando, pero lo más grave fue comprobar cómo la pulpa se desparramaba por su pelo como si fuera manteca, formando un asqueroso pegote verde. El presumido felino se puso, nunca mejor dicho, hecho una fiera.

– No… no… no puede ser… ¡Acabáis de destrozar mi bello y sedoso pelaje dorado, panda de inútiles!… ¡¿Quién ha sido el culpable?!

El mono que tenía las orejas más puntiagudas puso tal cara de pánico que él solito se delató; el jaguar, con los nervios a flor de piel, reaccionó como suelen hacer los jaguares cuando se enfadan de verdad: pegó un salto gigantesco, y cuando estuvo a la altura del insolente animal, levantó la pata derecha y le asestó un zarpazo en la barriga. La víctima chilló de dolor, pero por suerte la herida era poco profunda y pudo salvar el pellejo.

Para no tentar más a la suerte, propuso la retirada inmediata a sus compañeros.

– ¡Chicos, rápido, debemos irnos!… ¡Hay que escapar antes de que acabe con nosotros!

¡Dicho y hecho! Los tres amigos bajaron del árbol y huyeron despavoridos campos a través. Lejos del peligro, el mono herido dijo a los otros dos:

– Sé que el jaguar no merecía recibir un golpe con el aguacate y que ensucié su lindo pelo, pero no hubo mala intención por mi parte. ¡Le di sin querer y mirad lo que me ha hecho!

El mono mostró las marcas largas y ensangrentadas que las garras habían dejado sobre su piel.

– ¡No os podéis imaginar lo mucho que duele y escuece!… Sinceramente, creo que esto no se puede quedar así. Lo mejor es que vayamos a ver a Yum Kaax. ¡Él sabrá darnos el mejor de los consejos!

Yum Kaax, dios protector de las plantas y los animales, vivía en la montaña y era muy querido por su bondad, sabiduría y amabilidad. Recibió a los tres monitos con un sonrisa, los brazos abiertos y luciendo en la cabeza su característico tocado con forma de mazorca de maíz.

– Bienvenidos a mi hogar. ¿En qué puedo ayudaros?

El mono que había tenido la idea de solicitar audiencia a la divinidad se disculpó.

– Señor, perdone que le molestemos a estas horas, pero hemos tenido un grave encontronazo con un jaguar.

– Está bien, tranquilos, contadme lo sucedido.

El trío fue detallando la desagradable situación que había vivido minutos antes. Nada más terminar, el joven dios, ya sin la sonrisa en la boca, resolvió.

P/Cristina Rodríguez Lombo.

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