Los músicos de Bremen -2
Resulta que la cabaña era el escondite de unos bandidos que estaban ocupados celebrando su último robo. El burro y sus amigos se emocionaron cuando a través de la ventana, vieron una mesa repleta de comida. Justo en ese momento, la espalda del burro cedió ante el peso de sus tres amigos y todos cayeron menos el gallo.
El gallo voló por la ventana, su aleteo apagó la única vela encendida. La habitación se llenó de oscuridad y ruido: los rebuznos del burro adolorido, los ladridos del perro y los maullidos del gato. El gallo cacareó junto con los demás. Los bandidos tomados por sorpresa huyeron hacia el bosque gritando:
—¡Auxilio! ¡Socorro! Este lugar está habitado por fantasmas.
La comida abandonada en la mesa terminó en los estómagos de los cuatro amigos.
Más tarde, cuando el burro y sus compañeros se estaban quedando dormidos, uno de los bandidos regresó sigilosamente a la cabaña para averiguar qué había sucedido. Todavía asustado, abrió la puerta y se dirigió a la cocina.
La cocina estaba a oscuras, el bandido con la vela apagada en la mano, confundió el brillo de los ojos del gato con carbones encendidos. Cuando quiso prender la vela, el gato le arañó la cara. El hombre cayó de espaldas sobre el perro y los afilados dientes del animal se hundieron en su pierna. El burro vio la figura del bandido en la oscuridad y al instante le dio una patada que lo envió volando a través de la puerta. El gallo, sentado en el tejado, celebró esta hazaña con su alegre quiquiriquí.
—¡Corran! —gritó el hombre a los otros bandidos—. ¡Corran! Una horrible bruja me arañó la cara, un fantasma me mordió la pierna, un monstruo me golpeó con un palo y en el tejado vive un juez que decía: “Tráiganme a ese ladrón aquí.”
Fue así como el burro, el perro, el gato y el gallo vivieron felices para siempre en la cabaña. Con el botín que dejaron los bandidos les sobraba comida en la mesa.