Cuento el ganso de oro – 2
— Por favor dame un trozo de torta y un trago de tu botella, pues tengo mucha hambre y sed.
Tontín le respondió: —Sólo tengo una torta de harina y leche agria, pero si te apetece, sentémonos y comamos.
Los dos hombres comieron y bebieron y luego dijo el hombrecillo:
—Como tienes buen corazón y te gusta compartir, te voy a hacer un regalo. Allí hay un árbol viejo, córtalo y encontrarás algo en la raíz. Dicho esto, el hombrecillo se despidió.
Tontín se dirigió hacia el árbol, lo taló y cuando este cayó, encontró en la raíz un gran ganso que tenía las plumas de oro puro. Lo sacó de allí, llevándoselo consigo y se dirigió a una posada para pasar la noche. El posadero tenía tres hijas que, al ver el ganso, sintieron curiosidad por conocer qué clase de ave maravillosa era aquella. La mayor pensó: «Ya tendré ocasión de arrancarle una pluma.» Tan pronto Tontín había salido, tomó al ganso por un ala, pero el dedo y la mano se le quedaron allí pegados. Poco después llegó la segunda, que no tenía otro pensamiento que arrancar una pluma de oro; pero apenas tocó a su hermana, se quedó pegada a ella. Finalmente llegó la tercera con las mismas intenciones. Entonces gritaron las dos hermanas:
—¡No te acerques, por tu bien, no te acerques!
Pero ella no entendió por qué no tenía que acercarse y pensó: «Si ellas están ahí, también puedo estarlo yo», y se acercó dando saltos; pero apenas había tocado a su hermana se quedó pegada a ella. Así que tuvieron que pasar la noche pegadas al ganso.
A la mañana siguiente Tontín tomó el ganso en brazos sin preocuparse de las tres jóvenes que estaban pegadas. Ellas tuvieron que correr detrás de él, a la derecha o a la izquierda, según se le ocurriera ir.