Los deseos ridículos – 1

Nada quiero; nada deseo

Érase un pobre leñador, tan cansado de su vida que, según se cuenta, no encontraba en ella más que desdicha. Cierto día fue al bosque a trabajar y como de costumbre, comenzó a quejarse de su suerte. En ese momento se apareció Júpiter con el rayo en la mano y le dijo exasperado:

—¿Qué puedo darte para que dejes de quejarte?

Tan grande fue el espanto del leñador que dijo:

—Nada quiero; nada deseo.

—No tengas miedo, respondió Júpiter. Tantas son tus quejas que quiero ayudarte. No olvides mis palabras: verás realizados tus tres primeros deseos, sea lo que fuere lo que desees. Elige lo que pueda hacerte dichoso y dejarte completamente satisfecho, y como tu felicidad de ti depende, reflexiona bien antes de formular tus deseos.

Pronunciadas estas palabras, Júpiter desapareció. El leñador, loco de contento, cargó los leños al hombro; nunca antes su carga había sido tan ligera. Dándole alas a la alegría, volvió a su casa, diciéndose mientras tanto:

—He de reflexionar mucho antes de pedir un deseo. El caso es importante y quiero tomar consejo de mi mujer.

En cuanto entró a su cabaña, gritó:

—Mujercita mía, enciende una buena lumbre y prepara abundante cena pues somos ricos, pero muy ricos; y tanta es nuestra dicha que todos nuestros deseos se verán realizados.

Al oír estas palabras, la mujer comenzó a hacer castillos en el aire, pero luego dijo a su marido:

—Cuidado con que nuestra impaciencia nos perjudique. Procedamos con calma y consultemos antes con la almohada, que es buena consejera.

—Lo mismo opino, pero no perdamos la cena y trae algo de tomar.

Cenaron, bebieron, y sentados al calor de la lumbre, el leñador exclamó, apoyándose con fuerza en el respaldo de su silla:

—¡Ajajá! Con este fuego nos hace falta una vara de salchicha. ¡Cuánto me gustaría tenerla al alcance de mi mano!

Apenas hubo pronunciado estas palabras, su mujer vio con gran sorpresa salir de la chimenea una salchicha muy larga. Lanzó un grito de espanto, pero al darse cuenta de que la aventura era debida al ridículo deseo formulado por su marido, se enojó con él y no paró de regañarlo:

P/ Paola Armann

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