Simbad el marino -1
En las bulliciosas calles de Bagdad, un joven trabajador se afanaba llevando mercancías de un lado a otro. Cargaba cajas con fatiga cada día, lamentando que su esfuerzo no hiciera más que mantenerlo en la pobreza.
En una ocasión, exhausto al final de su jornada, se sentó junto a la opulenta residencia de un viejo comerciante adinerado llamado Simbad. Desde adentro, Simbad oyó al joven lamentarse por su infortunio en la vida:
—¡Día tras día trabajo sin cesar! Pero al final solo logro reunir unas pocas monedas que apenas alcanzan para un pedazo de pan y un poco de pescado seco… ¡Qué vida tan desoladora la que me ha tocado vivir!
Conmovido, Simbad abrió la puerta e invitó al joven a cenar algo caliente. Aceptando la oferta, el joven quedó atónito al entrar en una casa lujosa con banquetes exquisitos.
—¡Nunca he visto tanta riqueza en mi vida!
—Así es —respondió Simbad con cortesía—. Soy afortunado, pero no ha sido un camino fácil el que me ha traído a donde estoy hoy. Quiero que sepas cómo llegué a esto. Nada me fue regalado y espero que entiendas que esto es fruto de mucho trabajo.
Simbad compartió así su historia con el joven, que estaba muy intrigado:
—Mi padre me heredó mucho dinero, pero lo que fácil viene, fácil se va, y terminé por despilfarrar aquella herencia. Así que decidí convertirme en marinero.
—¡Ser marinero suena emocionante!
—Sí, pero no fue fácil. En mi primer viaje caí del barco y llegué a una isla, ¡que resultó ser una gran ballena en el medio del mar! Floté sobre ella durante un tiempo hasta que me aferré a un barril que flotaba, llevándome a una ciudad desconocida en la que luché por sobrevivir, y así hasta que finalmente regresé a Bagdad.
Tras contar su relato, Simbad le entregó al joven unas cien monedas de oro, como una forma de ayudarle y de agradecerle el haberlo escuchado