Las manchas del jaguar -3

– Tengo que deciros que vuestro comportamiento ha sido penoso. ¡No se puede molestar a los demás mientras duermen, y por supuesto, tampoco es ético desperdiciar los aguacates que nos regala la tierra!… ¿Acaso no os han enseñado que está muy mal despilfarrar la comida?

Los monos agacharon la cabeza avergonzados. Yum Kaax continuó con la reprimenda.

– Para que aprendáis la lección, durante dos meses vais a trabajar para mí limpiando los campos y recogiendo parte de la cosecha de cereal. ¡Este año estamos desbordados y toda ayuda es poca!

Los tres amigos abrieron la boca para protestar, pero el dios no les dejó.

– ¡No admito quejas! Creo que será una buena forma de que vosotros también maduréis… ¡como los aguacates! ¡Ja ja ja!
Los monos no pillaron la gracia y solo el dios se rio de su propio chiste.

– Madurar… Aguacates… ¡Bah, ya veo que no lo habéis entendido! En fin, sigamos con el tema que nos ocupa.

Se quedó unos segundos pensativos y decidió el castigo para el felino.

– Dejaré que volváis a subir al árbol y le lancéis unos cuantos aguacates al lomo. Esta vez, gracias a mis poderes mágicos, no le servirá de nada limpiarse y quedará marcado para siempre. Pagará por lo que ha hecho y de paso aprenderá a ser menos engreído.

El dios tomó aire e hizo una advertencia:

– Debo deciros que hay dos normas que deberéis respetar a toda costa: la primera, lanzar los aguacates con cuidado para no hacerle daño.

Los tres monos dijeron que sí con la cabeza.

– Y la segunda, deben ser aguacates muy maduros, de los que ya no se pueden comer porque están muy blandos y oscuros, a punto de pudrirse. No le causaréis dolor, pero su pelo quedará manchado de por vida porque lo decido yo.

Los monos aceptaron las condiciones y tras dar las gracias a Yum Kaax se fueron directos al árbol de aguacate. Al llegar comprobaron que el jaguar había ido a bañarse al río, por lo que aprovecharon su ausencia para ocultarse entre las ramas. Desde allí le vieron regresar, de nuevo con el pelo reluciente, dispuesto a continuar su plácida siesta.
El mono de orejas puntiagudas, que era el que dirigía la operación, susurró a sus colegas:

– Ahí viene… ¡Preparemos el arsenal!

El jaguar, totalmente ajeno a lo que le esperaba, se acostó sobre la hierba y se durmió. En cuanto escucharon los resoplidos, los tres primates cogieron varios aguacates blandengues, que por cierto ya olían bastante mal, y se los lanzaron sin contemplaciones. El atacado se despertó al momento y horrorizado comprobó cómo un montón de pulpa negra y viscosa llenaba de manchas su finísimo y precioso pelaje.

– ¡¿Pero qué está pasando?!… ¿Quién me ataca?… ¡¿Qué es esta porquería?!

El jefecillo, satisfecho con el resultado, se asomó entre las hojas y gritó:

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