María y el panadero avaro – parte 1

Érase una vez, en un pequeño pueblo de Perú, una humilde joven llamada María que vivía frente a una panadería. Todos en el pueblo le tenían aprecio porque era muy trabajadora y de buen corazón. Para pagar sus alimentos, María limpiaba casas y lavaba ropa ajena.

El panadero, vecino de María, horneaba los mejores panes, pasteles y tartas de todo el pueblo. Pero él era un hombre codicioso y áspero que rara vez tenía una palabra amable que ofrecer. Aun así, su panadería siempre estaba llena de gente, porque nadie podía hornear tan bien como él.

María y el panadero rara vez cruzaban palabra, pero la joven amaba los olores que provenían de la panadería. Antes del amanecer, mientras el panadero horneaba, María se acercaba a la ventana de la panadería para deleitarse con los deliciosos aromas.

—¡Ah, qué deliciosos olores! —exclamó la joven—. No tengo cómo comprar los panes y pasteles, pero me siento feliz solo con olerlos.

El panadero alcanzó a escuchar a María y furioso le dijo:

—Si te sientes feliz con los olores, tendrás que pagar por ellos.

De un portazo cerró la pastelería y salió camino abajo hacia el juzgado. Cuando llegó ante el juez, dijo:

—María me debe dinero porque me ha robado.

Y presentó su caso. El juez lo escuchó atentamente y citó a María a juicio ordenándole traer diez monedas de oro.

Pronto, la gente del pueblo se enteró de la noticia y acudieron a la casa de María. Entre todos habían reunido las diez monedas de oro.

Llegó el día del juicio y María se presentó al juzgado con las diez monedas de oro dentro de una bolsa.

P/Paola Artmann

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