El castillo de hielo -2
La mujer le dio fuego al soldado y éste pudo encender la vela, pero al poco rato de caminar con ella en la mano ésta se apagó. El muchacho no lo entendía. No sabía que si había ocurrido eso era porque el frío de su corazón la había apagado.
Intentó regresar a la casa de la mujer que había encendido la vela pero había anochecido por completo y no pudo encontrar el camino. El joven estaba desesperado. No podía volver al castillo sin fuego y cada vez tenía más frío y hambre.
En ese momento, una joven pasó por allí y vio a aquel muchacho que no dejaba de lamentarse de su mala suerte.
-¿Qué te pasa? Pareces triste.
-Soy un desgraciado -dijo él -. El rey me ha dicho que lleve fuego al castillo y cuando por fin consigo a alguien que me lo dé se me apaga la vela. ¡No puedo volver sin él!
-Tranquilo. Ven conmigo, yo te lo daré.
El joven desconfió de la amabilidad de la muchacha pero aún así la siguió. Llegaron a su casa y ella le Juntos le invitó a sentarse junto a la chimenea para que entrara en calor.
– Sólo puedo ofrecerte pan duro, lo siento.
– Ya veo… imagino que querrás un buen puñado de monedas de oro por dejar que me resguarde aquí y darme fuego.
– ¿Querer? ¿Por qué iba a pedirte algo? No quiero nada. Sólo pretendía ayudarte.
– Ah, gracias entonces…. De donde yo vengo nadie te ayuda sin pedirte algo a cambio.
– ¿De verdad? Aquí las cosas son de otra forma. Nadie tiene mucho, pero nos ayudamos los unos a los otros para salir adelante.
– Ah… ¿Oye, te importa si paso la noche aquí? Estoy muy cansado como para seguir andando hasta el castillo. Partiré mañana temprano.
a dormir pero el joven soldado continuó pensando en las palabras de la muchacha “Nos ayudamos los unos a los otros para salir adelante” Era una extraordinaria forma de ver las cosas y seguro que mucho más felices así de lo que eran los habitantes del castillo.
– Tengo que encontrar la forma de ayudarle, se dijo.
Cuando a la mañana siguiente la muchacha se levantó se encontró la mesa llena de pan, fruta, queso y leche. El soldado había madrugado para ir al pueblo y comprarlo todo lo que pudo con unas monedas que había encontrado en sus bolsillos.
-¡Muchísimas gracias! No sé cómo agradecértelo – dijo la muchacha
– Ya has hecho bastante. Gracias por todo.
El muchacho encendió su vela con cuidado y emprendió su camino de vuelta. Tenía miedo de que volviera a apagarse pero esta vez no ocurrió. Cuando llegó al castillo y prendió la chimenea sucedió algo sorprendente. La gente empezó a sonreír y a ser amable de repente, y su corazón se llenó de paz y amor por los demás. El rey dejó de ser déspota y la nieve desapareció para dar paso a verdes y frondosos prados. El castillo de hielo se transformó en un castillo de cristal donde el fuego de la chimenea no se apagó jamás.