El duende avaricioso -2
-¡Ayudadme, por favor! ¡No puedo moverme!
-Está bien -dijo el padre -, pero tendrás que pagarme tres monedas de plata para que te lleve a tu casa.
-Pero no tengo nada más que dos monedas -dijo el duende-. Llévame a casa y te daré la que falta.
-¿Y qué garantía tengo de que vas a cumplir tu palabra? -dijo el padre-. Lo siento, duende, si pero si no me pagas me tendré que ir.
-Espera, espera -insistió el duende -. Toma, la llave de mi casa. Así sabrás que te pagaré.
El padre y su hijo llevaron al duende a su casa y ya iban a marcharse cuando el duende les pidió que se quedaran.
-Un momento. No me podéis dejar aquí en el suelo. Ayudadme a entrar dentro, os daré más monedas, os lo prometo. Tengo una bolsa entera.
El padre y el hijo lo metieron dentro, le curaron las heridas y le prepararon algo de cenar.
Aquí tenéis. Vuestro dinero. Soy un duende de palabra.
– No lo entiendes. No queremos tu dinero -dijo el padre-. Si quieres agradecer lo que hemos hecho por ti deja que la gente del camino pueda beber agua con tranquilidad. La fuente no es tuya, sino de todos. Si todo el mundo fuese como tan avaricioso como tú todavía estarías tirado en el camino pidiendo ayuda para que alguien te levantara. No puedes ser así.
Tin se dio cuenta de que tenía razón y decidió que desde ese mismo instante iba a cambiar.
Dejó de cobrar a la gente porque bebiera agua de la fuente y compró comida con el dinero que había ganado para poder ofrecer algo a la gente que llegaba cansada y hambrienta. No pedía dinero a cambio pero se sorprendió mucho al ver que la mayoría siempre le daban alguna moneda.
El puesto de comida de Tin se convirtió en un lugar muy visitado y le permitió convertirse en alguien querido por los demás.