Simbad el marino -2
Tras contar su relato, Simbad le entregó al joven unas cien monedas de oro, como una forma de ayudarle y de agradecerle el haberlo escuchado, invitándole a volver al día siguiente. El joven no cabía en sí mismo de felicidad, y con los bolsillos repletos de monedas de oro se fue al mercado para comprar el mejor corte de carne y darse un gran festín.
Al otro día volvió a casa de Simbad a la misma hora, y esta vez, comió junto con él. Entonces, tras la deliciosa cena, el misterioso Simbad empezó de nuevo con su relato:
—Mi segundo viaje también fue bastante extraño. Llegué a una isla y vi un huevo muy curioso. Sin embargo, cuando iba a cogerlo, un ave gigante me atrapó llevándome hasta un valle de diamantes, donde me lastimé al caer, aunque pude recolectar diamantes y escapar finalmente. ¡Sobreviví de milagro!
Al final de esta historia, Simbad le entregó al joven otras cien monedas de oro y le invitó de nuevo al día siguiente. El joven había quedado fascinado con las aventuras de Simbad, por lo que regresó puntualmente.
Y así, una y otra vez, Simbad compartió sus emocionantes memorias con el joven desdichado, como por ejemplo, aquella sobre una isla en la que no vivían más que pigmeos, donde el valiente marino enfrentó a un enemigo sin igual: ¡un gigante de un solo ojo que gobernaba con terror la isla y que se comió a todos los marinos de su tripulación! No obstante, cuando estaba a punto de comérselo a él también, el gigante le echó a un lado con desdén, pues estaba muy flaco. Y luego, mientras el gigante dormía, le clavó el atizador en el único ojo que tenía para así poder escapar.
Y así sucedió cada noche, junto a cien monedas de oro que llegaban a las manos del joven tras una nueva historia.
Pero después de siete noches los relatos concluyeron, y Simbad entonces compartió una lección importante y final con el joven:
—Ahora sabes que nada en la vida se logra sin esfuerzo. El destino se forja con lucha y empeño. ¡Nadie regala nada en esta vida! Así que usa las monedas que te he dado para tus proyectos futuros.
El joven entendió que Simbad había alcanzado su éxito a través de riesgos y trabajo duro, y quiso honrar la lección que el marino había querido darle. Ahora, con setecientas monedas de oro, sabía que no debía confiarse. Ahorraría, invertiría y seguiría trabajando duramente, aunque con más ilusión, para poder disfrutar algún día de la vida tranquila que al fin tenía su nuevo y aventurero amigo.
El Bosque de Las Fantasias.